Expectación. Sin lugar a dudas esa es la palabra que mejor podría definir las primeras reacciones de los seguidores de Mike Oldfield al conocer que su nuevo trabajo estaría centrado en una de sus mejores obras: Ommadawn. Dicha expectación estaba más que justificada, por motivos evidentes, al tiempo que era imposible no sentir cierta incertidumbre ante la posibilidad de que ese retorno no fuera, ni de lejos, lo que cabría esperar del genio de Reading. Esta semana se despejó cualquier atisbo de duda: Oldfield lo había vuelto a conseguir, ofreciendo uno de los mejores trabajos de toda su vida.
Grabado todo «a mano» por él mismo durante casi un año, con un sonido limpio y cuidado, una base rítmica espectacular en muchos tramos, y sin abusar de las percusiones (tan sólo en ciertos momentos clave, en los que los tambores africanos vuelven a tener un papel crucial), Mike juega con las sorpresas, regalándonos después de tantos años una de sus mejores producciones.
Cabe destacar, no obstante, que Return to Ommadawn se aleja notablemente de la secuela «espiritual» que supuso Amarok. Así, aquellos que estén esperando una continuación lógica del trabajo del año 90, se sentirán frustrados en cierto modo. En cualquier caso, si nos atenemos a las palabras de Oldfield cuando aseguró que había regresado a sus raíces musicales, efectivamente así ha sido. Éste nuevo álbum no podría tener mejor nombre. Es como viajar atrás en el tiempo y situar a Mike de nuevo en pleno 1975, en su etapa más acústica, pero con la experiencia musical y personal atesorada durante estos cuarenta largos años. Return to Ommadawn en un estéreo más que perfecto, que vuelve a presentar magistralmente todos los instrumentos y ofrece multitud de fragmentos ciertamente inolvidables.
Diferenciando ambas partes, la primera puede resultar ligeramente más sencilla, más reservada, en cuanto a producción. Su introducción presenta, tal y como describía recientemente el propio Mike, un fondo distante y unas flautas celtas que suponen un guiño a Hergest Ridge. A continuación, van cobrando especial protagonismo sus instrumentos de cuerda, desde Fender Strat a mandolinas, pasando por PRS, Gibson y guitarra clásica entre otros. Es en el minuto 12, tras un repentino cambio, cuando entran en juego los tambores africanos, decisivas percusiones a las que se irán sumando, in crescendo, los mismos juegos corales del primer Ommadawn (recuperados tal cual para la ocasión) y el sello inconfundible de Oldfield, sus solos de guitarra que fluyen, como toda la primera parte, con elegancia y sumo cuidado, destacando extremadamente la inteligencia de sus cambios.
La segunda parte resulta más cálida, pero también más compleja y contundente, con fuerte protagonismo de teclados y guitarras en algunos fragmentos. Nacen así melodías fascinantes donde Oldfield tiene la posibilidad de destacar diversas genialidades durante sus 20 minutos de duración, regalándonos diferentes estados de ánimos e instantes de auténtico virtuosismo, tanto en la utilización de sus instrumentos, como en lo que a producción y composición respecta. Mike se adentra sutilmente en un perfil más celta, pero sin abandonar el carácter general que marcaba la primera parte, con melodías para el recuerdo cuyas notas, quizá, permanecerán para siempre en la memoria de sus seguidores. Cada escucha, sin duda, resulta mejor que la anterior.
El seguidor fiel podrá echar en falta solos más virtuosos, pero es necesario recordar, no sólo la evolución de Oldfield durante las últimas décadas, sino también los contratiempos que sufrió durante la grabación de Ommadawn, en la que perdió excesivas horas de trabajo por problemas con las cintas, hasta el punto de llegar a perder todo lo grabado y tener que comenzar de nuevo. Todos esos esfuerzos, unidos a la infinidad de ocasiones en que tuvo que tocar las mismas melodías, hicieron mejorar enormemente su técnica para aquel álbum. Aparte de esto, la otra ausencia destacada del álbum, si es que queremos considerarlo como tal, es la omisión de un nuevo «On horseback», el postre final que pusiera la guinda a semejante banquete musical tal y como ocurriese en el año 75.
Si existe una parte realmente criticable del disco, sin duda puede ser su portada. Una composición gráfica que, como el propio Mike contaba recientemente, evoca el encuentro de un refugio seguro tras haberse perdido en la nieve. El álbum, mucho más abierto y esperanzador que su predecesor, no casa adecuadamente con dicho diseño.
Desde un punto de vista totalmente externo al músical, el tragico contexto que rodeó la vida del genio de Reading durante el primer Ommadawn, se repite también en esta secuela. No hay que olvidar que Oldfield compuso Ommadawn enmarcado en uno de los peores momentos de su vida y con solo 21 años: justo cuando empezaba a recuperarse de su adicción al alcohol, falleció su madre y apenas se hablaba con su padre. Esa terrible e inesperada pérdida, que coincidió en pleno proceso de grabación de la primera parte del álbum, le hizo sumergirse completamente en su música, liberar todas las tensiones a través de la composición y crear uno de los mejores y más irrepetibles solos de guitarra de toda su carrera profesional. Del mismo modo, en la actualidad y desde que tocara el cielo durante su actuación en la la Ceremonia de Apertura de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, las desgracias y los problemas han azotado su vida cual huracanes. Divorciado de su tercer matrimonio, del que aún se está recuperando emocional, y sobre todo, económicamente, perdió a su hijo Dougal Oldfield de tan solo 33 años (fruto de su relación con Sally Cooper). A esto hay que sumar el fallecimiento de su padre, Raymond, a la edad de 93 años.
Sigue resultando paradójico además, que una de las obras cumbre de su discografía, Ommadawn, pronunciado en realidad como «Amadán», signifique «Idiota» en gaélico (Tal y como desveló en 2007 en su autobiografía, Mike quería añadir partes vocales que no fuesen fácilmente entendibles, por lo que solicitó a Clodagh Simmonds, cantante y compositora irlandesa, que escribiera lo primero que le pasase por la cabeza y lo tradujera al gaélico. Una de las frases era «Soy un idiota», así es como eligió el título).
[quote_box_center]Sin duda, tras haber realizado varias escuchas de este esperadísimo nuevo álbum, es posible afirmar con rotundidad que es el momento perfecto para que Oldfield ofrezca a continuación su esperadísimo Tubular Bells IV. De momento, disfrutaremos, como hacía muchos años que no ocurría, de un nuevo trabajo enmarcado en su etapa acústica, tan añorada por sus seguidores, y que supone, como indicábamos al principio, uno de sus mejores trabajos. [/quote_box_center]
reviewsnewage.com
15/01/17